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El lamento de Faramir (NC-17) es Print

Written by G-Skywalker

04 January 2015 | 37505 words | Work in Progress

Title: El lamento de Faramir
Author: G-Skywalker
Rating: NC-17
Pairing(s): Faramir
Warnings: incest, rape, non-con, death, underage

AU. Faramir es el menor de los hijos del Senescal de Gondor quien por derechos de nacimiento está destinado a vivir bajo la sombra de su hermano, y sufrir en silencio los maltratos físicos y psicológicos perpetrados por su propio padre en nombre de la lealtad a su sangre y al nombre de su familia. INCESTO: Hermano/hermano, padre/hijo.


[ all pages ]

El sol de verano alcanzó su cenit, y a pesar de que habían cabalgado desde que los primeros rayos dorados tiñeran las tierras al segundo día de marcha, Faramir ordenó continuar. Atravesaban un páramo cruel, desolado, sin más vegetación que matorrales secos y quebradizos, por lo que no tenía caso desmontar sin tener donde resguardarse del sol. Las armaduras los cocían por dentro, y aunque se habían despojado de los yelmos y la protección de las extremidades, no podían deshacerse de la cota de malla, puesto que continuaban cabalgando por territorio enemigo y el peligro de emboscada permanecía latente. Faramir sentía el metal de los anillos incrustándose en sus hombros como pequeños cuchillos ardientes, pero era aquel agudo dolor el que se encargaba de mantenerlo despierto, razón suficiente para no deshacerse de ella.

Tampoco podían permitirse cabalgar muy aprisa, porque los heridos eran muchos y aún con el ritmo que llevaban algunos ya presentaban complicaciones, principalmente con el desangrado. No había manera de acelerar el paso y Faramir calculó que con suerte, estarían arribando a Minas Tirith dentro de cuatro o cinco días más de marcha.
La fiebre lo había atacado durante todo el día, y a pesar del calor extremo, titiritaba por los escalofríos.
Cuando el sol finalmente empezó a descender, se detuvieron y montaron un pequeño campamento en medio del seco paraje. Los Hombres se encargaron de llevar a los heridos a tierra firme y buscar los recursos para encender una fogata.

El capitán se acercó a Arëdar para revisar el estado de sus heridas y notó que estaba despierto. Los moribundos ojos grises lo observaron y Faramir supo que habían tardado en identificarlo.

“Mi Señor…” murmuró. Faramir se acercó más para colocar una toalla húmeda en la frente sudorosa del comandante “¿Cuánto queda?” logró articular antes de sumirse en un ataque de tos seca.
“No hables…” exclamó el capitán dándole de beber un sorbo de su propia cantimplora; la de Arëdar se había acabado horas atrás y continuaban sin cruzarse con un solo riachuelo donde poder abastecerse. Faramir sabía que no lo encontrarían muy pronto, no hasta que llegaran a Ithilien. “Estamos cerca…” se limitó a decir “pronto recibirás los cuidados que necesitas.”

Faramir percibió como los labios reventados del caballero se estiraban levemente en una mueca de sonrisa “Deberían dejarme aquí.” murmuró cerrando los ojos lechosos que parecían ciegos “voy a morir de todos modos.”

“No.” contestó limpiándole la mugre del rostro con otro paño húmedo “No vamos a dejar a nadie atrás… Ya hemos abandonado a suficientes… pronto llegaremos a Minas Tirith.”

“No volveré a esgrimir una espada nunca más,” murmuró “ya no queda lugar para mí.”

“Hay muchas otras cosas que un hombre puede hacer, más que esgrimir una espada. Eres un comandante de Ithilien, y te necesito.” exclamó asegurándose de que sonara como una orden.

“Prefiero morir aquí, en tierra firme y no amarrado a un caballo…” contestó levantando su brazo bueno, en busca de contacto. Faramir logró atrapar la mano amarillenta antes de que se desplomara. Los ojos grises que otrora conseguían enmudecer a cualquiera con solo una mirada, ahora estaban hundidos, nubosos, con la muerte pesándole los párpados. Faramir comprendió que el caballero buscaba más contacto, así que llevó la mano hasta su mejilla y ahí la sostuvo, presionada contra su carne; con eso el gondoriano volvió a sonreír “Está cálido…” comentó sintiendo aquel acogimiento sobre su mano fría “usted va a sobrevivir, capitán.” Faramir no se atrevió a decirle que aquello no era más que producto de la fiebre, en cambio le devolvió la sonrisa y contestó “Sí, y tú también.”

Después de encargarse de limpiar el muñón del comandante lo mejor que le fue posible, Faramir se reunió con los demás hombres para tomar los escasos alimentos de aquella noche, que consistían básicamente en pan duro y caldo de cebolla.

“Tenemos que desplegar más centinelas…” comentó uno de los soldados “las bestias han comenzado a acecharnos… la noche anterior escuché lobos salvajes en los alrededores.”

“Deben oler a la muerte.” murmuró Faramir escudriñando la negrura que ahora se ceñía alrededor de ellos buscando engullir los tintes de luz que el fuego emitía al centro del circulo “No hay nada más que hacer excepto permanecer alertas… Esta será la última vez que descansemos cuando se oculte el sol, no podemos arriesgarnos demasiado a las bestias salvajes ni a los orcos que todavía puedan andar al acecho. Desde mañana, desmontaremos durante el día y aprovecharemos las noches para avanzar, aunque eso signifique cabalgar a ciegas.”

Todos estuvieron de acuerdo. Las noches eran demasiado oscuras en aquella región, generalmente nubosas y sin luna, a pesar de que se encontraban en pleno verano. Poco o nada era lo que alcanzaban a alumbrar las brasas de una fogata y cierto era que habían estado al acecho de cosas mucho más peligrosas que el puñado de bichos habituales que les sobrevolaban las cabezas, atraídos por el hedor de las heridas.

Faramir tomó la guardia de aquella noche y recorrió el perímetro del campamento a dos metros de distancia, apoyado de la luz de una antorcha que se mecía al compás del viento nocturno. Caminó y caminó la noche entera, escuchando no más que sus propios pasos y el murmullo de la brisa. Estaba cansado, sus ojos luchaban por cerrarse y sentía los músculos entumecidos, pero a pesar de todo lo menos que quería era dormir. Los sueños no habían sido del todo reconfortantes en las últimas noches y despertaba igual de cansado y aturdido que al momento de acostarse, efecto de todo un desfile de pesadillas que se desplegaban para atormentarlo al mismo instante en que cerraba sus ojos. En esta ocasión no hubo más sueños ni recuerdos tormentosos, pero Faramir supo resignado que el día siguiente sería especialmente duro luego de la noche en vela.
Se sentó sobre la irregularidad de uno de los tantos monolitos esparcidos por el páramo. Calculó que serían alrededor de las tres de la mañana y aún quedaban unas tres horas más antes de que el sol les bendijera con la luz que los resguardaba de la carroña, pero que al mismo tiempo representaba un desafío difícil de sobrellevar, especialmente sobre suelo tan árido como aquel.

Entonces en medio de la oscuridad y el silencio absoluto, el capitán deslizó sus dedos dentro de uno de los bolsillos internos del jubón y acarició el frío objeto que reposaba al fondo del compartimiento; lo sacó y lo sopesó sobre su mano. Las tinieblas a su alrededor le impedían ver siquiera su propia palma, pero Faramir conocía muy bien aquel objeto: un anillo tallado en oro blanco con incisiones precisas en la superficie, que delineaban el árbol con las seis estrellas, ribeteadas con el intenso azul del zafiro. Se trataba de una reliquia familiar, una joya transmitida de generación en generación, perteneciente a toda la línea de primogénitos de la Casa de los Senescales. Faramir siguió el curso de las ramas del Árbol de Gondor, sintiendo las pequeñas sinuosidades de las piedras del zafiro sobre la superficie de su dedo, al tiempo que le embargaba una oleada de hermosos recuerdos que aquella inmaculada joya acarreaba.

El día en que Boromir alcanzó la madurez, la reliquia pasó a su protección de la mano de su Padre, hasta que él se la entregara a su próxima descendencia. Esa noche luego del banquete que se celebró en su honor, los dos hermanos cabalgaron hasta los bosques del Ithilien y compartieron una botella de vino rojo de Dol Amroth, regalo del príncipe Imrahil que se presentó aquel día a Minas Tirith acompañado de toda su corte como muestra de lealtad y amistad hacia Gondor.

Boromir había dejado atrás los atavíos de soldado y vestía una túnica ocre con mangas largas que se ceñían en las muñecas, pequeños hilos de oro ornamentaban la seda con delicados motivos alusivos al escudo Gondoriano. Los pantalones negros como la noche se ajustaban en las rodillas y terminaban dentro de un par de hermosas botas también oscuras. El cabello medio recogido culminaba en una pulcra trenza intercalada con finos filamentos dorados. Lucía tan espléndido como un príncipe, aún cuando no paraba de decirle a Faramir lo incómodo que se sentía con aquellas ropas. Las doncellas se habían encargado de perfumarle hasta las barbas y Boromir se había convertido, contra todo pronóstico, en un envoltorio de seda, oro y fragancia a lavanda.

“No deberíamos estar aquí sin escolta…” farfullaba Faramir cabalgando al lado de Boromir en medio del oscuro bosque “Padre va a enfadarse mucho cuando se entere…”

“¿Tienes miedo, hermanito?” contestó entre risas, divertido ante la expresión de preocupación auténtica en el rostro del chico “En Ithilien no hay más que bestias salvajes, Faramir, y cuando digo bestias salvajes, me refiero a animales tan peligrosos como los venados. Todavía estamos en los dominios de Minas Tirith, y puedo asegurarte de que a no más de ocho metros de distancia hay caballeros que nos vigilan.”

Desmontaron cerca de un arroyo cristalino y se tumbaron a los pies de un enorme y viejo roble. “¿Quieres ser capitán de los exploradores de Ithilien algún día?” le preguntó al notar que Faramir miraba a los lados con incomodidad. “Sí.” murmuró el chiquillo acercándose un poco más a su hermano mayor. “Entonces no debes temer a lo que deberás proteger. Muy pronto recorrerás estos bosques en medio de las noches de guardia, este se convertirá en tu segundo hogar.” inquirió sirviendo vino en las copas que habían robado de las mesas en el banquete. Faramir entonces observó a su alrededor y la idea le pareció reconfortante. Era cierto que aún continuaban en los dominios de Minas Tirith y que en sus trece años de vida jamás había escuchado más que hermosas anécdotas del bosque que pisaba, incluso algunas venidas de la boca de Mithrandir que tenían que ver con los Elfos que vivieron en aquellas tierras siglos atrás. Tal vez, pensaba, cuando su hermano gobernara Gondor y él fuera capitán de Ithilien, las bellas gentes retornaran a poblar aquel fantástico sitio y así las dos razas vivirían en comunidad de nuevo.

Boromir le tendió la copa “Este vino proviene de las tierras de nuestra madre” dijo al tiempo que aspiraba el aroma dulzón de la bebida “En Gondor no existe mejor cosecha que esta.”

Faramir hizo lo mismo que su hermano y apreció el aroma del vino antes de tomar un trago. Sintió como el cálido y reconfortante líquido se deslizó por su garganta y se extendió por su estómago. Disfrutaba mucho del vino y aquella era la primera vez que probaba uno tan exquisito; soltó un soplido y sonrió. Entonces volvió a percibir su aroma: dulzón, fuerte, muy concentrado… En ese momento sintió encima la fuerte mirada de su hermano que lo hizo voltear a enfrentarlo. Los astutos ojos azules lo observaban directamente, y los labios se deslizaron en una leve sonrisa. Faramir reparó que no era la típica sonrisa burlona o arrogante de siempre, sino una diferente, una solo para él. También sonrió y sintió ese calor que el vino le había provocado en el estómago, solo que esta vez a la altura del pecho.

Boromir lo contempló unos momentos sin reparos,llevando su mano hasta los cabellos dorados de Faramir que descansaban en sus hombros. “Estas ropas no son para mí…” dijo casi en susurros, con la voz grave, pero llena de ternura “tú las luces mejor que yo.”

Faramir llevaba una túnica color esmeralda bordada con hilos de plata que le daban un hermoso tono metalizado al tejido. Los pantalones eran de color musgo oscuro, ligeramente abombados a los lados hasta estrecharse por completo con las brillantes botas negras. El cabello dorado lo llevaba suelto, con una finísima diadema de plata que le ceñía la frente. Los ojos azules habían tomado un encantador tono verdoso, gracias al intenso color de la túnica.

“Las doncellas hicieron un buen trabajo contigo.” dijo enredando su dedo en los suaves rizos amarillos “luces muy bello.”

Boromir nunca había tenido vergüenza en usar ese tipo de palabras con su hermano y aunque Faramir lo sabía, no podía evitar sonrojarse ante los cumplidos. “Me hablas como si fuera una doncella” señaló entre risitas “no dirás lo mismo cuando lleve mi armadura de caballero.”

“¡Te apuesto a que lo haré!” contestó con inocente picardía “De hecho, no puedo esperar el día en que finalmente te vea vestido de soldado y comiences con tu servicio. Verás como los bardos cantarán canciones en tu nombre.”

“¿Eso crees?” preguntó con ojos centellantes.

“Cantarán sobre tus hazañas, sobre las incontables veces que Lord Faramir hundió su espada en el cuero hediondo de los orcos, en como regresó ileso de una batalla sanguinaria… Las doncellas soltarán grititos y se contarán secretos las unas a las otras cuando te vean pasar.” dijo dándole un pequeño golpecito en el hombro.

“Eso va mejor contigo.” exclamó soltando un suspiro resignado “eres mejor soldado que yo.”

“No, eres tan buen soldado como yo.” dijo guiñándole un ojo “Aunque de hecho, me parece que las hermosas doncellas ya revolotean a tu alrededor, preguntándose ‘¿Oh, a quién de nosotras desposará el encantador y valeroso capitán Faramir?’” añadió con voz aguda no pudiendo evitar soltar una estridente carcajada ante la cara roja y avergonzada de su hermano menor.

“P-pues tú eres el que deberá casarse primero” se defendió tratando de ocultar su rubor.

“No me casaré nunca.” afirmó Boromir con severidad.

“…¿Por qué?” preguntó Faramir con auténtico desconcierto. No podía hablar en serio… dejar una descendencia era parte de sus deberes como futuro Senescal de Gondor… Padre nunca permitiría tal insubordinación…

“No me interesa el matrimonio. Tampoco necesito una esposa para que alguien mantenga mi cama caliente por las noches…” entonces sus ojos se enfrentaron a los de su hermano “No voy a casarme” repitió “Y tú tampoco.”

Faramir no supo qué contestar y fueron tan solo un par de segundos en los que sintió que Boromir trataba de decirle algo con la mirada, pero ese instante se esfumó tan rápido como llegó y su hermano volvió a hablar “Por cierto… hay algo que quiero que conserves.” dijo escudriñando en los compartimientos de la túnica y finalmente sacando un hermoso anillo de oro blanco que su padre le acababa de dar en la ceremonia esa misma noche. “Quiero que sea tuyo.”

“¿Qué?…” murmuró observando la hermosa joya con cierto temor “Pero te corresponde a ti, hermano, tu eres|

“el primogénito, blah blah…” interrumpió con una mueca “Pues no veo de qué forma pueda serme útil este pedazo de basura cuando tenga que gobernar Gondor. Seguramente lo perderé en alguna misión y no creo que esté hecho para permanecer en un cofre bajo llave…” dijo tomando la mano de su hermano y depositando el anillo en la palma “Te lo obsequio a ti.”

“Pero Padre|

“Argh, no tiene por qué enterarse.” dijo exasperado “Podría ser peor, podría perderlo en una apuesta jugando a las cartas, o entre las piernas de alguna moza” dijo soltando otra carcajada “por eso te lo cedo a ti, para que lo cuides por mí, en caso de que alguna vez lo necesite.”

Faramir observó la joya en sus manos y fue embargado por el temor… el temor de que su padre se enterara de que portaba algo que no le pertenecía… pero entonces observó a la cara a su hermano y también tuvo miedo de decepcionarlo.

“Está bien.” susurró “Lo guardaré por ti.”

Así, Boromir tomó de la mano a su hermano y sostuvo el anillo entre sus dedos.
“En representación de nuestro vínculo, Faramir…” dijo colocando lentamente en el dedo medio el anillo blanco y brillante que resplandecía contra la piel del chico, con el fuego azul recorriendo las entrañas de piedra “Del amor que siento por ti, y del que tú sientes por mí.”

Faramir sonrió. El significado de aquellas palabras no las pensó demasiado, simplemente observó la joya entre sus dedos y la mano que los sostenía, sonriendo aún más. Y como si aquello no hubiera sucedido, los dos hermanos se enfrascaron de nuevo en largas y divertidas conversaciones, la mayoría relacionadas a las experiencias de Boromir ahora que ya era Capitán de Gondor, mientras Faramir escuchaba atentamente, de vez en cuando enfocando su atención en la expresión severa en los ojos de su hermano, en el movimiento que hacían sus labios al hablar… o simplemente en la voz áspera y orgullosa, acompañada por la suave melodía de las aguas del riachuelo que corría como una corriente de plata a la luz de la luna, que bañaba vigorosamente las tierras de Gondor, como uniéndose a la celebración.

Ahora el capitán de Ithilien sostenía aquel regalo que le fue cedido años atrás y que le había acompañado desde entonces como una fuente de fortaleza y de luz en horas desesperadas. En medio de la penumbra de esa noche que intentaba aprisionarlos y cederlos a todos aquellos horrores que dominaban las tinieblas, Faramir guardó el tesoro en su sitio y reanudó la marcha de la guardia, con una mano en el mango del mandoble y la otra sosteniendo la antorcha justo delante de él, con el espíritu mucho más fortalecido.

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2 Comment(s)

Ahhh, en vez de estudiar me puse a leer fics, que novedad. Suerte que me topé con uno magníficamente escrito, como éste.
Pobre, pobre Faramir. Espero que, si continuas, encuentre consuelo. En brazos de su hermano. :P

Bueeeeeno, estaré esperando. Me ha interesado :)

— N    Tuesday 26 November 2013, 17:54    #

me encanta tu historia y espero ver lo que sucede en tus próximos capítulos. Soy fan de los hermanos de Gondor aunque Boromir se adueñó de mi corazón. Esa historia de amor y respeto entre hermanos me encanta, y si va a pasar a ser incestuosa no sería dañina si restaura la paz en el alma de Faramir… espero ver mas de esta historia muy pronto!! felicitaciones!!

— Andrea    Sunday 27 July 2014, 15:38    #

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